Sentado sobre la azotea de aquél sinuoso edificio me dispongo a sacar mi
pitillera, para finalmente llevarme un cigarrillo a mis fauces. Saco el
mechero, la llama se balancea con movimientos turbios al son del ligero viento
de esta tarde de inverno. Me llevo el piti a la boca.
Hoy todo es azul, el cielo, a pesar de estar plagado de lúgubres nubes que
amenazan con escupirme todo el odio que llevan dentro de sí, él tiene un
intenso azul marino.
Me estoy relajando demasiado… no dejo de reflexionar cosas sin sentido que
no me van a solucionar nada… por otro lado no puedo estar en paz conmigo mismo
ya que algo perturba mi mente.
Tiro la colilla al vacío, sigue cayendo, no para, como si de plomo se
tratase, cae firme, con humo desbocándose por uno de sus laterales.
Me abrocho un botón de la camisa, me acomodo el gorro, el viento empieza a
soplar más fuerte, como si alejarme de ahí quisiera. Guardo la pitillera y me
levanto de un salto, el mechero salta del bolsillo pegándose contra un bordillo
de la dichosa azotea empapada horas antes por la lluvia. Suelto una retahíla de
burdos insultos ya que los estancos están cerrados. Hoy era domingo y la ciudad
parecía descansar bajo mis pies.
Vuelvo a meterme en el edificio, 12 pisos me alejan de la calle y la
realidad. Me paro. No tengo ningún lugar al que ir, no tengo ninguna persona
con la que hablar. Vuelvo a salir y me siento bajo el cielo ya encapotado.
Empieza a llover.
Las gotas inundan poco a poco mi cabeza, el gorro me pesa, la camisa se me
empapa y mientras, yo, permanezco sentado con las piernas cruzadas. No sé si
estoy muerto o dejé de vivir hace mucho tiempo.
A veces, pero sólo a veces, aunque sea frecuentemente, todo me importa una
mierda. La gente me da asco. Todo me parece tan falso.
Miro a lo que parece ser el horizonte como si eso me fuera a dar
respuestas. Respuestas que sé que nadie nunca me dará y que si me dan, en mis
manos queda creérmelas o no.
Mis pensamientos eran del palo de creer que las personas como de trozos de
carne parlantes que se transportan de un lado a otro con la intención de
sobrevivir se trataran.
Que no hay valores ni virtudes, sino más que una, la del sufrimiento.
Ellos en su incredulidad (aunque yo me considere como el más ignorante de
todos) piensan que aquello de vivir el momento, vivir sin preocupaciones, vivir
haciendo el bien a los demás y respetando las leyes les hará felices.
Yo no sé ni soy capaz de ser feliz.
¿Qué mierdas da la felicidad y cuánto dura? Me importa prácticamente tres
bledos.
Yo sólo existo y a eso me dedico.
Siento que no vivo, que me falta algo a lo que si no me enlazo a ello me
muero por dentro.
¿Por qué debo estar enlazado a algo o alguien?... si la felicidad está en
estar con ‘esa’ persona, las solitarias como yo en este momento no se matan por
piedad.
Me levanto lenta y pesadamente, me
cae agua cual cascada aunque ya esté menguando la lluvia. Me aproximo al
bordillo. Miro al vacío, tiro una moneda al aire que advierte con perderse en
ese abismo si no la cojo cuando sea preciso.
Es cruz.
‘‘A otra cosa mariposa.’’
Bajo los 12 pisos uno a uno a velocidad: ‘pa’verme matao’ ya que mi vena
cabrona me decía que por qué no tocar cada uno de los timbres de cada piso.
Acabo exhausto, planta baja, y salgo. Cojo mi skate (este me lo había
escondido detrás de un arbusto en la plaza de la urbe), mentiré si digo que
nunca he matado a alguien, y más, si no lo hice a palazos con el mismo skate. Gente
inepta he innecesaria en esta sociedad que simplemente sobra o me caía mal.
Cuando quiero algo, se hace como yo digo, o…
No me arrepiento, no debo arrepentirme.
Sí, dirán que estoy loco.
Lo tiro y me monto sobre él, zancada tras zancada me veo más lejos de donde
empecé y más cerca de ninguna parte.
Y es que sigo sin tener donde ir a morir.
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